Cuando atardecía, en la hora mágica, encendía con un poderoso hechizo (unas cerillas) las velas de los candelabros que rodeaban su castillo de madera tan fina como cualquier naipe. Había soportado ataques prolongados, incesantes, duraderos y tempestuosos y aún así, su castillo seguía en pie.
Allí se había refugiado cuando el malvado Rey oscuro (su padre) había ido a buscarlo con un cinturón de cuero ...es decir...una espada centenaria y poderosísima, en la mano, gritando y clamando venganza por no sé qué tontería. Allí había guarecido a la dama de porcela y de crital cuando había caído en un sopor interminable al beberse un veneno desconocido, que tras muchas plegarías de "El Príncipe de la Cartulina" había conseguido superar...ahora el príncipe ya sabía que no debía beber nada con la etiqueta "Vodka" pues, ahora sabía que era un veneno muy...muy...ponzoñoso. Allí se había guarecido cuando se contagiaba de la extraña enfermedad llamada comúnmente "llanto y tristeza"
Dentro de su castillo habían infinitas habitaciones, todas ellas con una historia y con unos personajes...y una biblioteca enorme donde aveces se quedaba dormido sin querer, y despertaba en otro lugar...

2 comentarios:
Ya era hora de seguir escribiendo... Me gusta :)
ya te lo dije y lo sigo diciendo, me gusta leerte.
vicky
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