martes, 10 de mayo de 2011

Más de "El capricho de Heosphorus"

Visto el buen recibimiento que ha tenido el primer capítulo (cosa que agradezco) os voy a dar un poco más de carnaza para vuestro disfrute =D.

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Capitulo 2

El sonido de una infinidad de animales y la maldita humedad, hacían de la selva uno de los peores sitios para extraviarse. Se decía que aquella selva tropical la habitaban sombras que devoraba a los hombres. Era de los pocos que quedaba de la banda de filibusteros que se aventuraron en las aguas del caribe. Jean-David Nau bautizado por su amada madre, aunque mejor conocido como François l'Olonnais. Había amasado fama de canalla y sanguinario, y de muy joven aprendió que de lo que se siembra, se recoge. Atado con gruesas lianas y su característica sonrisa pícara y burlona, contemplaba lo que bien sabía, eran sus últimos momentos.

La tribu Kuna los sorprendió en aquella isla que ellos pensaban deshabitada, y aunque lucharon sin miedo, el elemento sorpresa desestabilizó rápidamente la lucha. Su apreciado timonel fue el primer caído, que aun ignorando la lanza que volaba hacía su cuerpo no pudo escapar de la amarga dama Muerte. François, el devorador de corazones cálidos había sido vapuleado y vencido.

Fue conducido por aquellas curiosas gentes pintadas con barro y cortezas a su poblado. Jean Pierre se quedó por el camino al intentar escapar, lo cual valió una sonora carcajada de su capitán y una buena cantidad de orina del contramaestre.

La tribu Kuna no se caracterizaba por sus buenos modales y cálidos recibimientos, adoraban a una deidad cruel que bien les valía como excusa para llenar sus estómagos en rituales tribales y caníbales.

Los ataron cerca de los cerdos salvajes, y pese a que sus hombres fueron desapareciendo como gotas de agua en pleno monzón, el señor l´Olonnais mantenía ese porte que tanto le caracterizaba y que tanta confianza infundía. No había pirata más orgulloso entre pólvora de cañón y estruendosos abordajes. Siempre se le diferenciaba por su casaca morada y su chaquetón con ribetes dorados, su bigote señorial y su cicatriz bajo la mandíbula (trofeo de la guerra contra los españoles).

Solo se requería que ladrara una vez las órdenes y sus bucaneros le seguirían hasta las mismísimas cascadas del fin del mundo.

–Heme aquí, como un diamante entre cochinos, mantendré la cabeza alta mientras la conserve…y vosotros seréis testigos– dijo obteniendo como respuesta tan solo gruñidos de los cerdos.

Pero con lo que no contaban la tribu Kuna es que el tramposo de François aún guardaba un…

–Ya hemos llegado Tristán, deja el libro un momento y mira nuestro nuevo barrio– La voz de su madre le sacó de la historia del sanguinario pirata y miró por la ventanilla su nuevo micro-cosmos.

Era una zona industrial, llena de naves y aparcamientos. No tenía nada de especial, toda ciudad que se precie tiene una zona igual en el extrarradio. Se dirigían a uno de los pocos edificios residenciales que había. Era una construcción de cuatro plantas, enlucido de cemento, sin toldos y con persianas algo roñosas, parecía una construcción provisional y alzada de la nada y de cualquier manera.

Tristán arrugó la nariz con desconfianza, se prometió que si durante la noche el techo se le viniera encima, aprovecharía para escapar y hacerse bucanero. Su querida madre tendría a Tootles como compañía y no lo echaría en falta.

Tootles era un gato bastante feo, según la opinión de Tristán, que solo se dedicaba a arañar todo lo que podía mientras pensaba si prefería comer o dormir. Tristán siempre revisaba la mochila antes de ir a clase por si se había colado, aprovechando algún despiste. No quería que volviese a ocurrir lo mismo que aquel día porque aún recordaba los arañazos.

En cuanto su madre aparcó, Tristán se echó la mochila al hombro y cargó con su modesta maleta, y aunque tuvieron que hacer algunos viajes, no tardaron mucho en subir todo a su nuevo piso. Era una suerte que estuviera amueblado, pues Tristán no era muy dado a grandes esfuerzos.

Formaban una pareja curiosa. Tristán era alto para su edad, de ojos color miel y melenilla algo rizada y castaña. Su madre era una mujer preciosa, de pelo liso y oscuro, con una sonrisa con hoyuelos difícil de olvidar.

Cuando ya estuvo todo arriba, la madre de Tristán comenzó a preparar algo de comer mientras él se dedicaba a echar un vistazo a la casa. No tenía prisa por elegir habitación, así que prefirió comenzar por buscar algún pasaje secreto (como todos sabemos, solo en los hogares con pasajes secretos ocurren cosas interesantes) pero al final tuvo que asumir que solo era otra casa aburrida, lo cual le sirvió de razón para insistir en su vocación de pirata. Solo cuando se navega se encuentran tesoros, se enfrenta uno a serpientes marinas gigantes y las batallas se convierten en leyendas.

Comieron en la cocina. Mientras Tristán miraba el hueco donde iría perfecta y a medida la pequeña televisión, su madre le taladraba con todas las cosas que tenía que empezar a hacer: elegir habitación, colocar todas sus cosas, prepararse para el colegio y como todo lo que le decía, terminaba con su característica coletilla de “y ayudar a tu madre, que no me ayudas nada, ¡eh!”. Tristán siempre optaba por poner el piloto automático, y una vez se percataba que las bandejas estaban en posición vertical, lo dejaba funcionar, y a cada pausa que percibía asentía levemente y decía un “sí mamá” que a lo largo de la conversación siempre comenzaba a subir de volumen y de cantidad de vocales hasta ser un “síiiiii mamáaaaaa”

Eligió la habitación más pequeña, pues quería imaginarse en un camarote, colocó todo lo que necesitaría en los próximos días, véase: libros, algo de ropa, alguna foto de su padre para que su madre no le volviera a echar el discurso…y en seguida fue a su madre para que le ayudara a poner la video-consola, pues se había quedado a mitad de un nivel que quería pasarse antes de terminar el día.

Su madre aprovechó para colocar algunas cosas de la casa, y aunque al final la televisión que Tristán veía perfecta para la cocina acabó en la habitación de su madre, por lo menos se pudo quedar jugando mientras su madre le echaba miraditas de reproche. Tristán temía que utilizara sus poderes de madre y le hiciera levitar o leyera su mente, así que cada vez que pasaba se agarraba disimuladamente a la mesa y se preocupaba por cerrar su mente como aprendió de una serie de dibujos.

La tarde pronto llegó a su fin y a esa hora exactamente, la madre de Tristán se puso delante del televisor

– Vamos, quiero saludar a los nuevos vecinos y a ver si nos enteramos un poco de cómo va esto, ¿habrá presidente o algo así? En fin... ponte la chaqueta y vámonos así aprovechamos y vamos a comprar algo para la cena...Eoo, Eoo, te vas a quedar tonto con tanto jueguecito, ¿me estás escuchando? Venga, vámonos–

Sin cruzar palabra alguna se puso la chaqueta y salieron al rellano, y sin demasiadas ceremonias, su madre tocó a la puerta de enfrente. Dos pisos por plantas, cuatro plantas, a Tristán le había entrado un sueño increíble.

En cuanto sonó el timbre, unos ladridos neuróticos comenzaron a sonar y tras unos largos minutos, abrió una mujer rolliza, de mofletes caídos, de pelo enlacado y collar de perlas.

–Hola, buenas noches…esto…somos sus nuevos vecinos, vivimos justo enfrente. Me llamo Clarisa, y este es mi hijo Tristán. Solo queríamos saludarla– los ladridos del diminuto perro de ojos saltones, pusieron nerviosa a su madre y dio un paso atrás.

–Pero qué niño más guapo tienes, no me hable de usted que me hace sentir vieja. Yo soy Helena, y mi cachorrito se llama Atila… ¿A que sí? ¿A que sí? ¿Cuánto te quiere tu mami? – Tristán hubiera preferido ahorrarse los mimos al chucho, pero por fortuna su madre se despidió en seguida y bajaron dos pisos hasta el primero.

El sonido del ascensor le relajó por un momento. Se rió al recordar algo que había leído o visto en el televisor, que decía que las personas solo saben hablar del tiempo en situaciones así. Se prometió que la primera persona con la que se cruzara en el ascensor le preguntaría algo diferente, con gancho y muy ingenioso, levantaría la cabeza y se iría con una sonrisa ladeada por haber quedado tan bien ante alguien.

Llegaron al primer piso y se apearon del trasbordador vertical. Una bombilla les recibió con un leve temblor. Tocaron a la puerta que les quedaba a la derecha y no había dejado de sonar el eco del timbrazo cuando la puerta se abrió de forma violenta y hombre con mostacho y mirada de hierro los recibió.

Vestía con una camiseta de tirantes blanca y de algodón, y pantalón de traje con tirantes y zapatos que vivieron mejores momentos; todo ello sostenido por un cuerpo que no parecían más que un puñado de palillos y aire.

–No compro nada, gracias– dijo mientras cerraba a la vez la puerta en sus narices.

Hay que decir en honor a Clarisa, que era persistente y mesurada con los desconocidos…algo que Tristán deseaba que fuera con él, así que como dictaba su personalidad volvió a tocar al timbre.

–Somos sus nuevos vecinos. Me llamo Clarisa y él es Tristán. Nos acabamos de mudar al 3ºB y quería pasar a saludarle– dijo su madre con frases de telegrama.

–Me alegro– dijo secamente el desconocido mientras volvía a cerrar la puerta.

–Te apuesto a que alguno de estos vecinos es un asesino en serio– le dijo su madre algo abatida – Son todos un poco raritos–

Fueron a tocar al timbre de enfrente, pero tras insistir unos minutos nadie abrió, supusieron que no estaban en casa o no vivía nadie allí, así que volvieron a subirse al trasbordador vertical y fueron a la segunda planta.

Al abrir la puerta del ascensor oyeron el sonido de la cerámica rota y al salir vieron el cuerpo del delito: un ficus tendido a lo largo con las raíces asomando entre la tierra esparcida por el suelo. Al instante oyeron unos pasos cortos y rápidos desde su izquierda y una voz femenina:

–Estos niños siempre están igual… ¡Sebastián! Trae la escoba…esta vez me van a oír, vamos que si me van a oír. –

Al abrir la puerta la señora Concepción se sorprendió al ver a unos desconocidos, los cuales seguían congelados: Clarisa aun aguantando la puerta del ascensor y Tristán mirando a su madre y a la planta tendida en el suelo. Sebastián apareció seguidamente tras la mujer con cara de resignación y la escoba en la mano, pero se quedó tan sorprendido como su mujer, aunque un paso por detrás.

–Lo siento… fue sin querer, menuda presentación. Somos Clarisa y Tristán, los nuevos del tercero, veníamos a saludar, pero la que hemos liado en un momento. Déjeme la escoba y se lo recojo en un momento–

–No se moleste querida, ya lo hace mi marido. Yo me llamo Concha y él es Sebastián. Nos alegra tener nuevos vecinos, ¿verdad Sebastián? – dijo la señora mientras sonreía como lo hacen todas las abuelas, además de todas las brujas de cuento.

Por toda respuesta solo obtuvo unos balbuceos de Sebastián que presto se puso a recoger el destrozo con la cabeza gacha. Tristán lo miró con curiosidad, no pudo apartar la vista del jersey hortera que llevaba él, su calva reluciente, su bigote recto y una abultada panza. Sin embargo ella parecía una marquesa, tenía una mirada inquisitiva y orgullosa, zapatos de tacón y un vestido sencillo.

– ¿Y de dónde vienen querida? – preguntó la anciana marquesa.

–Pues del interior, nos hemos mudado a la costa por temas de trabajo de mi marido, es marine y le han dado un nuevo puesto por aquí cerca, no lo vemos mucho pero nos gusta estar cerca para que pueda venir más fácilmente a vernos ¿verdad Tristán? –

– ¡Tristán! Que nombre más noble hijo, seguro que cuando crezcas un poco encontrarás a tu Isolda, sino la hay ya ¿eh? – le dijo guiñándole un arrugado párpado.

La verdad que esa señora le ponía un poco nervioso, se notaba que se estaba conteniendo para no espachurrarle los mofletes con esas afiladas uñas, así que decidió guarecerse tras la pierna de su madre dejando ver que quería irse cuanto antes.

–Bueno, buenas noches Concha, siento lo de su planta. Vamos a seguir con la ronda– dijo sonriendo su madre.

–Lleve usted cuidado con los de ahí enfrente, son unos salvajes y los niños unos pequeños demonios sin cuernos– y diciendo esto Sebastián y la señora Concepción volvieron a su casa.

–Mamá, ¿vamos a quedarnos aquí para siempre? Sabes que si seguimos aquí me tendrás que comprar como mínimo un sable, por prevenir más que nada, ¿sabes? –

–Anda que exagerado, venga, toca al timbre que me muero de hambre ya y aún nos quedan casi la mitad–

Otro sonido más de timbre y otro corretear de pasos, pero esta vez parecía más una estampida que una persona dirigiéndose a la puerta. En seguida aparecieron tres caritas que miraban con curiosidad hacia el rellano.

– ¿Quién es?- se oyó desde el fondo del pasillo – como sea esa vieja bruja otra vez… –se oyó entre dientes aunque no demasiado disimuladamente.

Apareció una joven muchacha junto a los tres niños, con el pelo pelirrojísimo recogido en una cola de caballo, unos ojos marrones y una nariz pequeña y aderezada con algunas pecas.

–Hola, ¿en qué puedo ayudarte? – preguntó con curiosidad.

–Hola, somos tus nuevos vecinos, vivimos en el tercero. Yo soy Clarisa y él es Tristán. Solo quería pasarme por cada casa para saludaros. –

–Madre mía, no sé cómo no te has asustado ya, sobre todo de la bruja que vive en frente…seguro que nos está espiando por la mirilla, pero ya me da igual que nos oiga, en fin, pues si necesitas cualquier cosa ya sabes dónde estamos por si necesitas azúcar o sal –dijo riendo su propia broma– por cierto, yo soy Ana y me alegro de que hayas venido, esto es como una jaula de grillos. Si te apetece podemos quedar mañana y te enseño un poco el barrio, nos vamos de tiendas, no sé…lo que quieras, sino te apetece no, que aquí no estamos obligando a nadie, en fin buenas noches y mañana paso a por ti– dijo cerrando la puerta mientras aguantaba a los niños para que no salieran fuera.

Clarisa se quedó pasmada en la puerta, había sufrido una ráfaga de palabras, menuda cotorra y a qué velocidad soltaba las vocales con consonantes, era un arma de repetición humana, por una vez tuvo ganas de poder estar enferma al día siguiente para tener una excusa.

Para la felicidad de Tristán, solo quedaba un piso más y podrían pedir algo para cenar. Le exigiría a su madre una pizza gigantesca como pago por aguantar todo esto, era lo mínimo que podía pedir.

Tras otro breve periodo en el ascensor, se encontraron en el último piso. Tocaron en una de las puertas y salió un joven con cara de sueño. Tenía una media melena que le ocultaba las cejas y la frente por completo, una barba de varios días y unas gafas más bien funcionales, pues no eran demasiado bonitas.

–Hola, somos Clarisa y Tristán…tus nuevos vecinos, espero que no hayamos molestado, solo queríamos saludar–

–Ah…hola– dijo el joven con un tono más bien adormilado.

–Pues bueno, eso era…ya…ya nos vemos por ahí–

–Si claro, hasta luego– contestó el joven con una gran dosis de apatía mientras empujaba la puerta.

–Mamá, vámonos ya por favor…esta gente está fatal–

–Solo queda una más y nos vamos–

Como habrás deducido, querido lector, en esta última puerta reside nuestra curiosa amiga Arine con su padre el fantasma. Voy a ahorraros como su madre tocó al timbre, el padre fue arrastrando los pies hasta la puerta, la miró de arriba abajo y su corazón comenzó a latir de nuevo. Como Clarisa lo miró a los ojos y no pudo evitar imaginarse un pequeño cachorrillo desvalido al que debía abrazar para consolarlo. Os voy a evitar todo esto pues aceptémoslo, odiamos todo lo pasteloso. Creo que será mucho mejor contaros como se conocieron Tristán, el pirata y Arine, la griega.

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