lunes, 17 de mayo de 2010

El café del viajero


Atravieso el umbral, el lugar no tiene mucha iluminación, pero posee la suficiente como para no tropezarme con el ilusionista que al verme pasar hace una pausa en el cuento que les relata con avidez a unos niños y me saluda tocándose el sombrero, que le tapa parcialmente la mirada. En la mesa de su izquierda unos inexpertos aspirantes a director de cine discuten sobre el título de la película de la que todavía no tienen argumento. Más adelante unos jóvenes se cuestionan su sexualidad en una orgía de besos, bailes sensuales y abrazos.
Unas musas, ebrias me preguntan entre risas sobre pintura y poesía; una de ellas se ofrece a enseñarme su clave de sol, y yo, entre timidez y atrevimiento les digo: "lo siento, pero no tengo vuestra respuesta". Al fondo, comienzo a entrever una silueta moviéndose sinuosamente, tiene que ser esa voz que ilustra el humo que carga el ambiente, me acerco con pasos firmes y rápidos y descubro un escenario vacío, con una negra y solitaria silla en medio.
Lentamente, me siento, las luces me enfocan, un señor ataviado con atuendos que parecen sacados de la inglaterra del siglo XIX, me pregunta si deseo tomar algo, yo le respondo: "un té helado con limón, por favor"; acto seguido, me reclino en el asiento y simplemente observo con atención por si me pierdo algún detalle, ésta actuación de hoy me está resultando como poco interesante.



No hay comentarios: